Relatos

“Erik, El Fantasma Nunca Existió: La Oscura Conspiración de la Ópera Garnier”

El Archivo Perdido de la Ópera

Mi nombre es Marc Dufresne. Soy periodista y cronista de mitos urbanos, un oficio que me ha llevado a desentrañar las historias más oscuras de la humanidad. Sin embargo, jamás imaginé que una simple carta anónima pondría a prueba todo lo que creía saber. Esta es la historia de mi investigación, que comenzó con una promesa de revelación y terminó con una verdad más aterradora de lo que podría haber imaginado.

El paquete

Recibí el paquete sin remitente en mi oficina, un día gris de noviembre. Dentro, hallé un manuscrito ajado, cuyo contenido se hacía eco de una advertencia: “Nada de lo que crees sobre Erik es real. Busca en el Archivo de Garnier.” La carta estaba firmada de manera anónima, pero la urgencia de las palabras me impulsó a seguir la pista.

Erik. El Fantasma de la Ópera. La leyenda que había dado forma a tantas versiones de un hombre desfigurado, obsesionado con una soprano y, por supuesto, el misterio que envuelve a la Ópera Garnier desde su construcción. Pero lo que nunca imaginé fue que todo esto fuera una mentira cuidadosamente tejida para ocultar algo mucho más oscuro.
La obsesión por descubrir la verdad pronto comenzó a consumir mi mente. A medida que leía las palabras en el manuscrito, sentía que algo me llamaba desde las profundidades de la Ópera.

El Archivo

La única manera de encontrar respuestas era ir directamente a la fuente: los archivos de la Ópera Garnier. Después de semanas de negociaciones, logré obtener acceso a los documentos más restringidos. Entre los planos de la construcción y las memorias de los ingenieros, algo comenzó a emerger con claridad.
En un informe fechado en 1863, un ingeniero mencionaba «problemas inexplicables» durante la construcción del edificio: obreros que desaparecían, extraños accidentes en los subterráneos y un aire viciado que se percibía en las profundidades. A medida que revisaba más documentos, se dejaba entrever que algo, o alguien, estaba siendo cuidadosamente ocultado.

Un diario de uno de los ingenieros, quien supervisaba los túneles subterráneos, decía:

“Se ha ordenado sellar ciertas áreas. No se nos permite hablar del tema, pero la extraña figura que algunos llaman ‘el Fantasma’ es solo el principio de una historia mucho más oscura. Nadie sabe con certeza lo que está ocurriendo bajo la tierra.”
¿Erik era una invención, un chivo expiatorio creado para desviar la atención de algo mucho más siniestro? Decidí que debía encontrar más respuestas.

Gastón Leroux y la verdad oculta

Con el tiempo, descubrí que Gastón Leroux, el autor que popularizó la leyenda de Erik, también estaba más involucrado en la historia de lo que me había imaginado. Revisando su correspondencia, encontré una carta en la que mencionaba un “interés público” que debía proteger a toda costa. La novela de El Fantasma de la Ópera fue escrita como un encargo, no solo para contar una historia, sino para distraer a la sociedad de los horrores que realmente acontecían dentro de la Ópera.

En una carta enviada a un alto miembro de la élite parisina, Leroux escribió:

“El Fantasma no es un hombre. Es una máscara. Es todo lo que se necesita para ocultar lo que realmente habita en la Ópera. La gente prefiere creer en leyendas que enfrentar los crímenes reales. Nadie está dispuesto a mirar más allá.”
Con estas palabras, comenzó a tomar forma una teoría mucho más perturbadora. ¿Era Leroux simplemente un narrador de una mentira, o tenía conocimientos que lo conectaban con los sucesos oscuros que se ocultaban bajo la ciudad?

Los túneles

Decidí que debía ver por mí mismo los subterráneos de la Ópera. Con la autorización debida, me adentré en los túneles, siguiendo un mapa que había encontrado en los archivos. El aire era denso, con una humedad pegajosa que hacía difícil respirar. Cuanto más descendía, más intensos se volvían los ecos de mis pasos, como si las paredes mismas estuvieran observándome.

En lo profundo de los túneles, encontré una sala secreta, oculta detrás de una pared falsa. Dentro, la escena que descubrí era aterradora. Mascarillas rotas, símbolos extraños esculpidos en las paredes y una silla de hierro cubierta con correas y cadenas. No era el refugio de un hombre solitario, como había imaginado. Era el escenario de algo mucho más perverso.

Lo que encontré allí fue peor de lo que había anticipado. En los documentos abandonados, descubrí menciones a una sociedad secreta conocida como La Máscara Negra. Habían operado en los pasadizos de la Ópera, celebrando reuniones clandestinas y llevando a cabo rituales oscuros. La leyenda de Erik había sido una construcción para ocultar los crímenes y sacrificios realizados bajo la ciudad. Erik no era más que un mito, una historia inventada para redirigir el temor público hacia un ser monstruoso mientras se mantenía oculta la verdadera monstruosidad.

La obsesión y la paranoia

A medida que profundizaba más en la investigación, comencé a notar cambios en mí mismo. Las noches se alargaban, las sombras de mi apartamento parecían moverse por sí solas, y cada crujido del suelo me dejaba en vilo. Los susurros que había escuchado en los túneles comenzaron a seguirme. Pensaba que mi mente me jugaba trucos, pero entonces un día vi algo extraño: una máscara negra apareció en mi escritorio, exactamente igual a las que había encontrado en los túneles.
Comencé a perder la noción del tiempo. Mis amigos y colegas me llamaban, preocupados por mi salud. “Estás obsesionado, Marc. No puedes seguir así,” decían, pero ya no podía detenerme. Sabía que debía llegar al fondo de todo esto.

El final en las sombras

El último día que bajé a los túneles, encontré una cámara que no estaba en los planos. En el centro de la habitación, descansaba una máscara negra sobre un pedestal, iluminada por una luz tenue que provenía de una grieta en el techo. Al acercarme, vi que el reflejo en la máscara no era el mío, sino el de una figura sombría que nunca había visto antes.

Entonces, algo extraño ocurrió. Al tocar la máscara, un frío penetrante recorrió mi cuerpo. Detrás de mí, escuché un sonido, como un susurro, pero cuando me giré, no había nadie. La máscara, que había estado sobre el pedestal, había desaparecido. En su lugar, había una carta, firmada con mi propio nombre.

“La máscara es mi destino, y ahora sé que soy la próxima parte de la leyenda que nunca morirá.”

Epílogo Final: La Verdad de Erik

Tras mi última exploración en los túneles de la Ópera Garnier, la pregunta que había estado rondando mi mente con creciente intensidad finalmente recibió su respuesta, aunque a un precio altísimo. Erik, el «Fantasma de la Ópera», el hombre desfigurado cuya historia había obsesionado a generaciones, no existió nunca. Era una construcción, una mentira monumental alimentada por el miedo y el poder.
Lo que descubrí en las profundidades de la Ópera no fue más que el reflejo distorsionado de una sociedad que necesitaba creer en monstruos para no mirar hacia adentro, para no enfrentarse a sus propios crímenes. Los rituales secretos, las desapariciones, las conspiraciones: todo formaba parte de un espectáculo cuidadosamente orquestado para desviar la atención de lo que realmente sucedía tras las puertas cerradas del poder.

La sociedad secreta conocida como La Máscara Negra, que había operado bajo la ciudad, se encargó de dar forma a la leyenda de Erik, utilizando a la figura del fantasma para ocultar su verdadera naturaleza. Erik, con su rostro desfigurado y su amor imposible, nunca fue más que un personaje de ficción, una historia inventada para que el público mirara en otra dirección mientras el verdadero mal operaba a su alrededor.

A lo largo de mi investigación, sentí cómo la paranoia se apoderaba de mí. Las sombras que me seguían, las máscaras que aparecían en mi escritorio, la sensación de ser observado constantemente: todo era parte de la misma mentira que me estaba consumiendo. Pero lo que más me aterraba era darme cuenta de que, al final, yo mismo había caído en la trampa. Me convertí en una pieza más en este tablero de sombras. La máscara de Erik no desapareció, solo se transformó. Ahora, soy yo quien la lleva.

Y así, al igual que aquellos que se dejaron atrapar por el mito, me encuentro atrapado en mi propia obsesión, incapaz de liberar mi mente de las sombras que acechan. Tal vez, cuando este relato sea leído, ni siquiera quede rastro de mí. Tal vez se convierta en otro eco más de una leyenda que nunca dejó de vivir.

Erik nunca existió. Pero, después de todo, ¿quién puede decir que no somos todo nosotros, de alguna manera, las máscaras que usamos?.

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