Había algo extraño en la casa, era una sensación que no podía explicar pero que me mantenía despierto por las noches.
Cada vez que cerraba los ojos sentía como si alguien estuviera observándome desde la oscuridad. Era como si algo estuviera acechando en mi habitación; sentía una presencia junto a mi cama respirando sobre mi rostro.
Estaba convencido que estaba esperando a que me durmiera para atacar.
Al principio traté de ignorarlo pensando que era solo mi imaginación jugándome una mala pasada, pero pronto me di cuenta que era imposible.
Esa espeluznante sensación se había apoderado de mí y no había forma de escapar; fue entonces cuando empecé a ver sombras moviéndose en la pared.
Mi corazón latió con fuerza mientras trataba de aferrarme a la realidad.
Cada noche me sumergía en una especie de trance hipnótico, donde las sombras se movían y se retorcían mientras tétricas voces me llamaban desde la oscuridad.
Empecé a investigar la historia de la casa, tratando de encontrar alguna explicación para lo que estaba sucediendo.
Descubrí que varias personas habían vivido en ella antes que yo y todas habían sufrido de terrores nocturnos.
Una de ellas, una mujer que había vivido allí décadas atrás había sido encontrada muerta en su habitación con una expresión de pánico en su rostro.
La tensión en mi cuerpo aumentaba cada noche sabiendo que algo estaba allí, esperando a atacarme mientras dormía.
Empecé a tener visiones cada vez más aterradoras, cada vez más realistas de una figura tenebrosa que se movía en la oscuridad de mi habitación.
Al final descubrí que la figura oscura que veía en mis visiones no era un espíritu maligno sino una parte de mí mismo.
Era el miedo y la ansiedad que había reprimido durante años que había tomado forma en mi mente y se había materializado en la oscuridad de mi habitación.
El verdadero terror no estaba en la casa, sino dentro de mí.
Jamás podré escapar de mi mismo porque siempre estará allí, acechando en mis sueños, esperando a devorarme.