Tan antiguo como la existencia misma,
nigromante desde tiempos remotos,
consumo los pináculos del alma
en las sombrías horas de vigilia.
La niebla dibuja despiadada
las cenizas de imágenes sagradas,
arrastro ese infame culto
a las fauces infinitas de la nada.
El gran grimorio impregna mi poesía,
cubre el sol con su helada negrura;
falsos ídolos oran decapitados
cábalas abismales en cielos escarlata.
Teriantrópicos dioses
ahogados en su doctrina,
enteogénicos mis descabellados versos
aniquilan vuestro espíritu esférico,
paradigma en la psique del iconoclasta.