La pequeña Saory siempre había tenido una conexión especial con lo paranormal. Desde que tenía uso de razón, había experimentado extraños encuentros con lo inexplicable, como voces que le susurraban en la oscuridad o sombras que veía deslizarse por las paredes.
Pero lo que experimentó aquella noche de luna llena superaba cualquier cosa que hubiera vivido antes. Estaba acostada en su cama, tratando de conciliar el sueño cuando un gemido agudo y lastimero la sobresaltó.
Se incorporó alarmada y miró hacia la ventana. Allí en la espesa negrura vió a una figura fantasmal y diáfana que aullaba con un lamento doloroso.
Saory se quedó paralizada, incapaz de moverse o gritar. La figura se acercó a la ventana, con su cabello oscuro revuelto por el viento y fijó sus ojos en los de la niña.
Sus ojos vacíos la miraban con una mezcla de tristeza y odio.
La presencia era una banshee, el espíritu de una mujer fallecida que anunciaba la muerte con sus aullidos. Saory sabía que esto no era un buen augurio, pero estaba demasiado asustada para pensar con claridad.
La banshee abrió la boca y emitió otro gemido estridente que hizo temblar los cristales de la ventana.
Finalmente, Saory recuperó la capacidad de moverse. Saltó de la cama y salió corriendo de la habitación sin importarle que sus padres la regañaran por despertarlos. Se encerró en el baño, se sentó en el suelo y mientras lloraba su cuerpo temblaba sin parar.
No podía sacar la imagen de la banshee de su cabeza, ni el sonido de sus chillidos desgarradores. Estaba segura de que algo malo iba a pasar y que ella sería la culpable.
Se sintió consumida por el miedo y la ansiedad, por la idea de que la vida no tenía sentido y que la muerte era inevitable.
Horas más tarde al llegar el amanecer con los primeros rayos de sol, Saory se armó de valor y salió del baño. Miró a su alrededor esperando encontrar algo horrible, pero todo parecía normal.
La niña corrió hacia la habitación de sus padres y encontró a su madre en la cama, inconsciente, con un aspecto pálido y enfermizo. Su padre estaba llorando, incapaz de hacer algo para salvarla.
Saory entendió entonces que la banshee había venido a anunciar la muerte de su madre y que su destino estaba sellado.
Esa noche aprendió que la muerte era inevitable y que nada tenía sentido. Se convirtió en una nihilista, una persona que creía que todo estaba condenado al fracaso y que no había nada que pudiera hacerse para evitarlo.
Se encerró en sí misma, perdida en un mar de oscuridad y desesperación, esperando el día en que la banshee volviera a visitarla.