Nathan tenía un don especial, podía hablar con los muertos. A los demás niños les parecía extraño y algo aterrador, por lo que Nathan se perdió lejos de ellos. Él no vio nada de malo en su habilidad, ya que consideraba que los muertos eran simplemente personas que ya no estaban vivas.
Un día mientras jugaba en el cementerio cerca de su casa, Nathan se encontró con el espíritu de una niña llamada Emily.
Ella le contó que había sido asesinada y que su asesino nunca había sido atrapado. Nathan se sintió muy triste por la niña y prometió ayudarla a encontrar justicia.
Con la ayuda de Emily el niño comenzó a investigar y habló con otros espíritus que habían sido testigos de su asesinato. Poco a poco, fue juntando piezas del rompecabezas y finalmente descubrió quién había matado a Emily.
Con esta información, fue capaz de ayudar a la policía a atrapar al asesino y traer paz al espíritu de Emily.
A partir de ese día, Nathan se convirtió en un héroe para los demás niños y aprendieron a aceptar su habilidad única. Ahora no temían hablar con él y algunos incluso querían aprender a hablar con los muertos también.
Nathan descubrió su don de hablar con los muertos de manera accidental. Estaba jugando en el cementerio cerca de su casa, cuando de repente escuchó una voz. Al principio pensó que era uno de sus amigos gastándole una broma, pero pronto se dio cuenta de que la voz venía de una tumba cercana.
Intrigado se acercó y comenzó a hablar con el espíritu de un hombre que había muerto hacía varios años. El espíritu le contó su historia y cómo había muerto; Nathan se sorprendió al descubrir que podía entenderlo y hablar con él.
Comenzó a explorar su habilidad y a practicar hablando con otros espíritus en el cementerio. Descubrió que podía comunicarse con ellos de manera clara y que podría contar sus historias y preocupaciones.
Poco a poco aprendió a controlar su habilidad para guiar y ayudar a esas almas perdidas.
