Corrí sin sentir las pisadas, el camino se hizo tan largo hasta llegar al fin inmaterial, me esperaba allí reposando en el umbral en medio de las hojas secas.
Me habló desde dentro, lanzó sus primeras palabras de aliento, el ruido era tan intenso que no podía escuchar su consejo.
Frente a mí sólo había árboles antiguos, seres erróneos e inconclusos, errantes de la nada, sabios mentores de este discípulo perdido en su frágil locura.
Escapé al viento intentando encontrarme a través de la fina brisa de aquel lugar donde las señales no eran claras, pero hice lo posible por descifrarlas, por empaparme de ellas.
Debían convertirse en mi única salida, en el último estado mental, fulgurante y a la vez intenso donde su alma tenía que volver a fundirse con la mía.