Me esforzaba por aprender las diferencias de la psiquis mental y  los murmullos románticos, tan dulces como su mirada uniforme e inocente; mi única respuesta era el caos repetitivo que habitaba silencioso en mi.

Pálpitos  profundos nacían sin cesar segundo a segundo entre parpadeos nostálgicos, pero no por ello dejaba de acariciar aquella lejana realidad, única y perfecta donde la felicidad era mi colorida obsesión.

Meditaba melancólico, enterrando al fatalismo con mi loca e inquieta fantasía; solo así volvería a ser aquel ser audaz, simétrico y delirante.

La luz danzante aparentaba brillar entre las sombras, rotaba intentando desvanecer la incandescente llama que juntos encendimos en las cumbres del nirvana; pero mi razón se hacía cada vez más fuerte.

Sentí el vértigo y sus enormes fauces; pero atravieso incansable la niebla con mis ojos aún más lúcidos para así por fin desvanecerme en el horizonte infinito de tu existencia.


Juan Adalid Diario Poético